Carolina
es considerada “superdotada” por la ciencia, pero eso no siempre le
significó felicidad. La historia de alguien a quien desde los dos años
le costó “encajar” y tuvo que sobreadaptarse para no sobresalir a costa
de su propia frustración.
Por Juliana Mendoza, Rocío Varela y Marisa Vidal Varela.
¿Cómo
acompañar a un hijo que a los tres años puede leer, escribir,
multiplicar, memorizar todas las banderas del mundo y cuestionar las
desigualdades sociales?
Niños
que a los tres años tienen el nivel pedagógico para estar en segundo
grado, con compañeros de ocho; que hablan con fluidez de países que no
conocen; y duermen poco porque nada parece saciar su curiosidad y su
necesidad de incorporar más y más respuestas.
“A los tres hablaba de colesterol, de chicos huérfanos, de ecuaciones y de China como si hubiera estado ahí.
“A los tres hablaba de colesterol, de chicos huérfanos, de ecuaciones y de China como si hubiera estado ahí.
Nos
daba información que nosotros desconocíamos y al verificarla
descubríamos que era cierta”, recuerda María Gamboa, mamá de una niña
con alto coeficiente intelectual que hoy tiene 26 años.
Los
niños superdotados exhiben un talento precoz, desde su desarrollo
motor, caminan antes, hablan antes, aprenden a andar en bicicletas que
les quedan enormes para su edad. Sin embargo, aprender rápido suele
agotar a padres y maestros ante su incesante necesidad de profundizar en
cualquier tema que les llame la atención.
Se
hace difícil para ellos encajar en un sistema educativo tradicional
donde se divide por edades. ¿Qué hacer con un chico de tres años que no
puede cursar con otros de ocho y a su vez con los pares se aburre, se
frustra e incomoda y termina teniendo problemas de conducta?
La mamá de Carolina recuerda que en sala de dos su hija copiaba los manchones que hacían sus compañeros de jardín cuando en realidad ya podía hacer dibujos complejos. Suponen que lo hacía para encajar, pero que en su inocencia, debajo de cada mancha escribía qué significaba, o qué representaba.
La mamá de Carolina recuerda que en sala de dos su hija copiaba los manchones que hacían sus compañeros de jardín cuando en realidad ya podía hacer dibujos complejos. Suponen que lo hacía para encajar, pero que en su inocencia, debajo de cada mancha escribía qué significaba, o qué representaba.
“La
mayor dificultad era ver que se aburría y que las maestras se sentían
intimidadas, como si mi hija estuviera compitiendo con ellas, y en lugar
de redoblar el desafío de interesarla en otros temas o en
profundizarlos, la reprendían o la obligaban a repetir cosas que ya
sabía, así tuvimos que enfrentar momentos de profunda depresión cuando
tenía 12 años”, confiesa María Gamboa.
Asegura que la preocupación como
padres era ver que le costaba hacer amigos de su edad. Pero al ingresar a
la universidad de La Plata, encontró con quienes compartir intereses y
desafíos en la carrera de astronomía.
“Creo que cada persona tiene intereses particulares.
Todos dan por sentado que si uno es inteligente entonces tiene que hacer algo con las ciencias exactas y fomentan tu aprendizaje en ese sentido, recuerda Carolina”.
“Creo que cada persona tiene intereses particulares.
Todos dan por sentado que si uno es inteligente entonces tiene que hacer algo con las ciencias exactas y fomentan tu aprendizaje en ese sentido, recuerda Carolina”.
El
último informe sobre el tema de Queensland Association for Gifted and
Talented Children (QAGTC) de Australia, explica que todos estos niños
suelen ser despiertos, curiosos y se interesan activamente por su
entorno pero son, ante todo, niños con unas necesidades afectivas
propias de su edad cronológica independientemente de su nivel de
inteligencia.
Y que centrarse sólo en su desarrollo cognitivo puede
llevarlos a estados de depresión cuando no logran algo.
“Creo
que el rol del entorno familiar es fundamental.
Conozco casos en los
que los padres hacían sentir a un chico “superior” por su coeficiente
intelectual y siempre estaban esperando grandes logros de él, lo que le
provocaba una sensación terrible de culpa.
Sentía que los había
desilusionado cada vez que no podía cumplir con esas expectativas
-cuenta Victoria Charalambous la hermana mayor de Carolina y agrega- en
el caso de Caro, fue muy distinto, mis viejos jamás hablaban del tema,
ni la hacían sentir especial, era una más entre cuatro hermanas. A pesar
de sus demandas de tiempo y respuestas frente a su interminable
curiosidad, le dedicaron el mismo tiempo que a todas nosotras”.
Con
frecuencia, necesitan profundizar en todos los aspectos de los temas de
su interés y lo hacen con una avalancha de preguntas que pueden
resultar agotadoras para los padres e impertinentes para los maestros.
Cuando no alcanzan las metas u objetivos que se han propuesto, suelen
frustrarse y al punto de abandonar la tarea. La frustración les lleva al
aburrimiento y viceversa.
“A
los 8 años encontró el informe donde aparecía su coeficiente
intelectual y me preguntó qué significaba eso. Le respondí que sólo era
un número, que lo que ella quisiera ser en la vida no dependía de esa
cifra, sino de que se esforzara por conseguir lo que quería”, sintetiza
Gamboa.
Los
especialistas en psicología de altas capacidades del Centro Kepler de
Barcelona plantean que estos niños, pese a sus altas capacidades de
comprensión del entorno social, pueden sufrir cierto rechazo por parte
de otras personas, pero que lo fundamental es que no haya diferencias en
el trato intrafamiliar.
Aseguran
que la disciplina y los límites deben ser las mismas que con cualquier
otro hijo. Cada niño es diferente y eso también ocurre con los niños
superdotados. Cada uno requiere de atención, afecto y contención.
“Tener
un alto coeficiente intelectual no significa nada a menos que uno haga
algo con eso que se tiene. Si uno es “súper inteligente” pero se queda
tirado en la casa mirando la tele y no ejercita su cerebro no va a
lograr nada.
Creo
que falta alguna institución que acompañe a los chicos, que los ayuden a
desarrollar la creatividad, en el arte, la escritura, en las
matemáticas; todo, para no encasillarlos”, sentencia Carolina, que con
26 años es astrónoma egresada de la Universidad de La Plata y está
terminando un proyecto de investigación en busca de una beca del
CONICET.
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